El pavimento de la Ciudad de México se tapiza de morado, desde los últimos días de febrero nos anuncia con la contrastante belleza de la naturaleza, la fuerza de lo que estaremos escuchando en los próximos días.
Son (somos) como un tambor, que no para, el golpe se da con cada una de las mujeres que se atreve hablar, la que cuenta lo que nunca ha dicho, la que se encuentra en el relato ajeno, la que voltea a ver a su madre, a su hija, a sus amigas, a su propia historia y decide no volver a callar.
Que equivocados están quienes creen que la pandemia acabó con la fuerza de ese 8 de marzo del 2020.
Es cierto, después del primer paro, las mujeres regresamos a nuestro hogar, muchas volvieron a encerrarse con sus agresores, en un entorno ahora afectado también por la incertidumbre y la crisis económica.
La pandemia aumentó la violencia en contra de la mujer en delitos como la violación y los feminicidios, la incapacidad del gobierno para entender la perspectiva de género en las políticas públicas, fueron gasolina pura para este incendio.
Sí, regresamos a nuestras casas pero con una lección aprendida.
La increíble capacidad de organización que tenemos cuando encontramos por resolver un problema en común, la violencia.
Las mujeres no somos "oposición" de nadie, porque si lo fuéramos, seríamos el partido político más grande del país.
Y no somos oposición porque nuestro proyecto no está pensando en los próximos seis años, tiene en mente el presente, y el futuro que queremos para las generaciones que sigan aun cuando no estemos ahí.
¿Habrá paro? Muchas mujeres se preguntan si hacerlo en medio de esta crisis podría resultar peor, y esas preguntas son la esencia de un movimiento capaz de ver más allá de sus intereses.
Algo se rompió en el 2020, y estos dos años no han sido en vano, aun con más preguntas sobre la marcha, sobre el paro, sobre salir a las calles en la pandemia, el movimiento está más organizado, con más claridad sobre sus intenciones y haciendo a cada paso, temblar la alfombra morada que ha cubierto la ciudad.