Recuerdo las caras de miedo y sorpresa cuando a finales de marzo del 2020, pensábamos que esto iba a durar hasta mayo del mismo año. ¿Mayo? ¿Tanto tiempo confinados? ¿Sin ver a nuestra familia? ¿Sin ir al trabajo?
La tecnología recibió un empujón que, si bien ya estaba ahí, fue cuando comenzó a utilizarse en serio. Empezamos con las juntas en Zoom, y a dos años de pandemia seguimos riéndonos de quienes olvidan apagar su cámara en el baño y repetimos o nos dicen constantemente: "tu micrófono está cerrado" cuando empezamos a hablar. No solo fue el trabajo, nos reunimos virtualmente con nuestras amistades, descargamos House Party, que por cierto ya no existe, desempolvamos los juegos de mesa, bailamos en familia para TikTok, hicimos panqué de plátano, bebimos vino (mucho vino), y empezamos a enamorarnos del mundo de las plantas. Los seres humanos somos predecibles, en el dolor, el miedo y en la felicidad, actuamos de las mismas formas.
Los avisos desde vehículos de la policía de la CDMX que llegaban al interior de las casas: "Estamos en alerta sanitaria, por lo que se invita a la ciudadanía a retirarse de las calles y mantenerse dentro de sus domicilios para evitar contagios. Quédate en casa, cuídate y cuídanos. Recuerda, el objetivo es no contagiar y no contagiarse. Si tienes algún síntoma como tos seca, dolor de garganta o fiebre, manda un mensaje al 51 51 5 con la palabra "COVID-19" o llama a Locatel", sonaban al preludio de una cinta de terror.
Mis vecinos, desde un gran conjunto de edificios tocaban todos los días a las 7 de la noche, Volveremos a Brindar de Lucía Gil, nos subimos a la azotea con el flash del teléfono encendido, otras veces lloramos al ritmo de la música, y algunas otras deteníamos lo que estábamos haciendo porque las tonadas provocaban un hueco que nos devoraba. Hasta que nos acostumbramos al horror, el de los hospitales a tope, la escasez de oxígeno, la pérdida de empleos y los nombres de los muertos que se acumulaban entre los cuales empezábamos a encontrar a amigos y parientes. Se nos fue el aliento con las imágenes de los hospitales de Nueva York en donde se amontonaban los cuerpos, y las de las calles de Perú en donde sacaban a sus familiares sin vida a la banqueta, en espera de que pudieran ser recogidos. También fuimos testigos de violencia de la que fue víctima el personal de salud, cuando ante el desconocimiento, sus vecinos y otras personas les aventaban agua con cloro para intentar "desinfectarlos".
Tardamos en aprender, los estacionamientos todavía lucen las cruces que tratan de crear la sana distancia ¡entre coches!, los tapetes sanitizantes ya secos en la mayoría de los casos nos siguen recibiendo, y no hemos dejado de insistir en tomar la temperatura a los visitantes, aunque sea en la mano. Hasta el 30 de enero del 2022, la página coronavirus.gob.mx sigue sin tener el uso de cubrebocas entre las medidas de prevención para la ciudadanía. Entre las que sí se encuentran está acudir al médico solo en caso de urgencia (lo que nos recuerda las tantas muertes por COVID en México y la política negligente que dejó a mucha gente que podría haber recibido atención oportuna a morir en su hogar), tose o estornuda en la parte interna del codo, y no difundas noticias falsas.
Nos acostumbramos al horror, y nos emocionamos con la ciencia, que sin importar cuánto creamos que hemos avanzado, la naturaleza hasta hoy nos ha enseñado, que no íbamos a librarnos de los dos años que tardaron en terminar otras pandemias.
A dos años de que la pandemia se declarara una emergencia internacional todo se siente como un sueño, y no sabemos con certeza si de verdad queremos regresar a ser los mismos de antes.