“¡Arriba las Cuevas!”, “¡No están solas!” y “¡Arriba Bertha!”, “Bertha está aquí”, gritaron y aplaudieron los presentes.
Fue hasta que tomó la palabra el poeta Homero Aridjis que se desvelaron los reclamos de quienes se dijeron excluidos de los últimos años de vida del maestro.
“Uno nunca está preparado para la muerte de los amigos José Luis fue muchos hombres, desarrolló una gran obra, era un hombre lleno de sentido de humor y tomábamos café en la Zona Rosa cuando él la nombró así. Ahí estaban su esposa Bertha y sus tres hijas Mariana, Ximena y María José”, señaló el poeta.
“Cuando me di cuenta que José Luis ya era otro, fue cuando le pedí que me contara el chiste de Octavio Paz, pero él ya no lo recordaba. Algo estaba pasando en su vida, en su mente, era otro José Luis. A mí me va a quedar para siempre el misterio del José Luis de sus últimos años, como fue el misterio de Nelly Campobello y otras tragedias mexicanas”, reconoció Aridjis.
“Yo lo veía realmente como el artista, el amigo secuestrado. ¿Qué le pasó?”, inquirió Aridjis frente a todos los deudos presentes.
“Me recordaba la anécdota de Carlota cuando enloqueció en México, que decían que le habían dado toloache. Me dije José Luis, ¿no habrá caído miserablemente en la línea de ese tipo de víctimas? Fue muy extraño, pero para mí todos estos años fueron patéticos porque una mente brillante, artística con gran sentido del humor y la amistad de pronto se desvaneció”, expresó el también ambientalista con la voz rota.
“Yo vine a ver el cuerpo de José Luis y me toca como una gran ironía sus cenizas y eso es un misterio”, sentenció Homero Aridjis.
Ximena Cuevas, de negro, con un sombrero de piel y portando en la muñeca derecha “el cuero de mi padre”, esa pulsera característica del maestro Cuevas, aclaró que, ante estas divisiones, la familia Cuevas “no tiene nada que decir. Hoy, José Luis Cuevas es un gran artista, un gigante del siglo XX. Eso es lo que guarda México, una sangre maravillosa, un sentido del humor, su lealtad, creatividad, imaginación y juego; una vida muy bella”.
“México – enfatizó Ximena- se queda con un artista gigantesco y una obra completa. Mi papá tenía una obsesión por la muerte y el paso del tiempo. En su obra está toda la descomposición del cuerpo”, relató.
Ximena recordó mientras elevaba la mirada hacia un cielo nublado bajo una pertinaz lluvia que bañaba la explanada del Palacio de Bellas Artes, que su papá le decía que México “era un país a colores por fuera y blanco y negro por dentro. Él se atrevió a mostrar el dolor del mexicano, de su ser y es la fuerza de su trabajo”.
“Mi papá dio su arte, como familia Cuevas donamos nuestro patrimonio al país; mi mamá era una profunda nacionalista y siempre le decía, ‘José Luis, lo nuestro tiene que ser para México’. Ese es museo Cuevas que hay que cuidar”, finalizó la hija del maestro.
El político Porfirio Muñoz Ledo destacó en el homenaje que José Luis Cuevas fue un iconoclasta. José Luis fue también un precursor de 1968, él estaba en contra del oficialismo, buscaba acabar con el arte oficial y por eso atacaba a los grandes pintores mexicanos, porque representan el dogma oficial, fue un adelantado de la libertad, logró amasar la rebeldía de una generación y fue el precursor de la transición de México a lo universal”.
Para la Secretaría de Cultura del país, murió un ejemplo de “juventud eterna ruptura e inmortalidad”.
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