Indómita y creadora de un surrealismo propio que bebía de su mundo interior; así recuerda México en el centenario de su nacimiento a Leonora Carrington (1917-2011), la artista que encontró en el país latinoamericano la puerta a un nuevo imaginario que incorporó a su muy personal vocabulario creativo.
La artista, nacida el 6 de abril de 1917 en Lancashire (Reino Unido), tuvo en México -donde se nacionalizó y vivió desde 1942 hasta el final de sus días- “la posibilidad y el tiempo para reconstruir esa parte tan destrozada de su persona” que dejó la Segunda Guerra Mundial, afirma a Efe Gabriel Weisz, presidente de la Fundación Leonora Carrington e hijo de la pintora.
Carrington empezó a experimentar con la pintura desde muy joven, en un periodo en el que ya luchaba “por no dejarse aplastar por todas esas convenciones de un mundo masculino” y, a su vez, buscaba “algo que tuviera que ver con una rebeldía interior”, dice Weisz.
Entonces su arte estaba muy condicionado por sus lecturas, entre ellas un volumen sobre surrealismo que le regaló su madre. Ese gesto desencadenó su interés por ir a Francia, país en el que de la mano del alemán Max Ernst se zambulló en los círculos surrealistas y conoció a figuras como André Breton.
Tras el estallido de la Guerra Mundial, Ernst fue hecho prisionero y Carrington llegó a España, donde fue internada en un sanatorio del cual escapó, para vivir en Nueva York durante un corto periodo de tiempo y finalmente llegar a México.
El conflicto bélico “la hirió tanto en su parte íntima, que tenía que restablecerse, y esto le tomó tiempo”, relata Weisz.
En México, la artista “encontró amistades -entre ellos la pintora Remedios Varo y la fotógrafa Kati Horna-, el ambiente de los mercados, toda una cultura que desconocía y que abrió las puertas para otro tipo de imaginarios”.
Esta influencia se mezcló con su mundo interno, llegando a “una expresión pictórica artística y literaria” que volcó en creaciones como “La hermana del Minotauro” o “El mundo mágico de los mayas”, la cual fue un encargo para el Museo Nacional de Antropología.
“Leonora encontró una especie de vocabulario mitológico muy propio; esa mitología tuvo un impacto en su manera de pintar las cosas”, reflexiona Weisz sobre las obras de la artista, repletas de elementos como animales, criaturas mitológicas, esferas y simbología celta.
Rigurosa en el lento proceso de descubrimiento que para ella suponía la creación, Carrington nunca quiso ejercer como traductora de sus propias obras y no ofreció posibles interpretaciones para ellas.
Ello dejó la puerta abierta a que el significado de su arte cambie dependiendo de la relación que establezca con el espectador, quien puede “entrar en contacto libre con el cuadro, ver lo que le dice a uno”, apunta Weisz.
Como parte del homenaje por su centenario, la capitalina Biblioteca de México acogerá mañana un panel internacional en el que participarán expertos de Francia, Reino Unido, EE.UU. y México, entre ellos Stefan van Raay y los editores del reciente libro “Leonora Carrington and the International Avant-Garde”, Jonathan Eburne y Catriona McAra.
A continuación, se inaugurará la exposición “100 años de una artista: Leonora Carrington”, que contará con vídeos, fotografías, esculturas y algunas reproducciones de sus pinturas para narrar las etapas de la vida de la artista sin olvidar sus aspectos menos conocidos para el público, como su faceta de escritora.
De cara al próximo año, el Museo de Arte Moderno prepara una retrospectiva de Carrington con cerca de dos centenares de piezas que intentarán tender puentes entre la pintura, la literatura y el entorno histórico.