Olga Picasso, la primera esposa y musa del genio español, es por primera vez protagonista de una exposición en París que retrata la relación íntima de la pareja, desde sus primeros días felices hasta su brutal descomposición.
El reflejo de la vida del artista en su obra es más evidente que nunca en esta muestra inaugurada el martes en el Museo Picasso. Olga Khokhlova, la bella bailarina rusa con la que el malagueño se casó en 1918, tiene una presencia constante hasta que se separan en 1935.
Pero su representación evoluciona a la par con su relación y el arte de Picasso.
En los primeros años, Olga protagoniza retratos clásicos, con un semblante reservado, de mirada esquiva y “extrañamente inmóvil para una bailarina”, explica la comisaria Emilia Philippot. Aparece leyendo o escribiendo, y las cartas en ruso sacadas a la luz para la muestra – procedentes de la fundación española copresidida por su nieto Bernard Ruiz-Picasso-, permiten entender por qué.
Esta hija de un coronel ruso mantuvo una dolorosa correspondencia con su familia a la que no volvió a ver tras su boda. Mientras la pareja goza de la celebridad creciente del artista, su madre y hermanas caen en la miseria, con la desaparición de su padre y hermanos, en plena Revolución rusa.
La Olga del cuadro y la de la foto
La melancolía de la esposa se respira en sus retratos, en los que nunca sonríe. ¿Pero era realmente así? En las cartas, Olga “no comunica demasiado sobre ella ni su propia vida en Francia”, afirma Philippot.
Y la imagen seria y cerrada que le da invariablemente Picasso no corresponde con las fotografías y videos personales expuestos en la exposición, en los que se muestra alegre con Picasso y el único hijo que tuvieron, Paulo, incluso cuando ya se habían desatado las primeras tormentas por la irrupción de la amante del artista, la joven Marie-Thèrese Walter.
Los retratos enternecedores de la serie “La Maternidad” son los testimonios de la última etapa familiar feliz. La esposa se transforma en “Grand nu au fauteuil rouge” (1931) en una figura deforme y monstruosa, ya en plena época surrealista.
“Busco la semblanza más profunda, lo real más real, hasta el punto que sea surreal. Es así como concebía el surrealismo, pero la palabra ha sido empleada de otra manera”, dijo en una ocasión Picasso.
El beso con dientes –
Olga es pintada con tonalidades grises y formas pesadas, inquietantes. Marie-Thèrese inspira en cambio una serie de “Bañistas” de colores alegres, en posiciones eróticas.
Prueba elocuente de la crisis matrimonial es “Le Baiser” (1931), que reúne en la cama a una figura con los ojos cerrados, entregada, a un personaje que mira hacia el otro lado. Su beso, del que destacan los dientes y las lenguas como puntas de lanza, es aterrador.
El sufrimiento no acaba ahí. Picasso se adentra en el universo mitológico, convirtiéndose en un minotauro movido por las pulsiones sexuales y a la vez atormentado por la crisis con Olga, una angustia que plasma en “La Minotauromaquia” (1935).
“Picasso sufrió mucho con esta relación a tres”, confía Philippot.
1935. Picasso y Olga se separan, y el artista deja de pintar durante un tiempo. Seguirán casados hasta la muerte de ella, en 1955, puesto que el derecho español prohibía el divorcio.
Pero la bailarina rusa le siguió amando. Cuando el artista se instaló en el sur de Francia después de la Segunda Guerra Mundial, ella le siguió, de hotel en hotel, junto a su hijo Paulo y con su baúl, expuesto en la muestra y donde “transportaba toda su vida”.
Olga le enviaba tarjetas con fotografías de ella de joven y de Paulo. Pero el artista no dará vuelta atrás. Se casará con Jaqueline, su segunda esposa, en 1961.
La exposición “Olga Picasso” estará abierta hasta el 3 de septiembre.