En las décadas de los años 60, 70 y principios de los 80 la Ciudad de México vivió una época de esplendor de la vida nocturna, y las vedettes fueron las encargadas de dar brillo a los cabarets de aquellos tiempos.
Estas mujeres que, en un principio no tenían encima los reflectores de la televisión ni del cine, eran conocidas gracias al trabajo de los fotógrafos de espectáculos que llevaban su material a los periódicos y revistas.
Muchas de estas imágenes fueron reunidas en la exposición “Las Fabulosas”, que desde principios de diciembre y hasta marzo de este año se exhibe en el Foto Museo Cuatro Caminos.
El público podrá apreciar el trabajo de cuatro fotógrafos que durante esa época se dedicaron a fotografiar a las beldades que brillaron de noche y de día adornaban las portadas de los diarios y las revistas.
Los fotógrafos son Juan Ponce, Antonio Caballero, Jesús Magaña y Paulina Lavista, quienes a través de 130 imágenes evocan las noches de cabaret del México de las grandes vedettes, como Lyn May, Thelma Tixou, Wanda Seux, Sasha Montenegro, Olga Breeskin, La Princesa Lea y Rosy Mendoza, entre muchas más.
Uno de dichos fotógrafos, Juan Ponce, compartió con Notimex su experiencia de esa época, y narró cómo era la vida nocturna de la Ciudad de México de entonces.
“Yo empecé como laboratorista en Kodak de México donde me hice fotógrafo, y como me gustaba la vida nocturna, me iba con mi camarita a los cabarets que había en la Ciudad de México”, señaló.
Añadió que en los años 60 comenzó a entablar amistad con las vedettes, “las estrellas, las estrellitas y las que nunca llegaron a figurar”.
Subrayó que se dio a la tarea de tomar fotografías en centros nocturnos como El Siglo XX, El Savoy, El Azteca, El club de los Artistas, entre muchos que había en el Distrito Federal”.
El fotógrafo, originario del llamado Barrio Bravo de Tepito, comentó que las fotos que tomaba en un principio eran sólo para él.
“Yo metía mi camarita a escondidas a los cabarets y comencé a tomarle fotos a las bailarinas y a las vedettes, me hice su amigo y ya después me pedían fotos para ellas”, explicó.
“Posteriormente, empecé a hacerles sesiones personales, hasta que un día el tío de un amigo del barrio me llevó a un periódico que se llamaba ‘El Metropolitano’, donde me inicié profesionalmente, tomaba fotografías de todo, pero no dejaba de acudir a los cabarets para retratar a las vedettes”.
Agregó que, cámara en mano, comenzó a captar la vida nocturna de la Ciudad de México.
“Era una época muy bonita, de lentejuelas, de coloridas plumas, las mujeres hermosas, porque sinceramente siempre he sido ‘ojo alegre’ con las mujeres y puedo decir que tuve la fortuna de tomar fotos a verdaderas ‘mujeronas’, de las que muchas todavía son mis amigas”, detalló.
Respecto al ambiente que se vivía en esas noches de cabaret, recordó que fue una época maravillosa, en que la competencia entre las vedettes no era atacarse, sino la lucha por presentar el “show” más espectacular.
Detalló que “en ese tiempo nos desvelábamos, podíamos salir por la noche sin tanta bronca. Había un trato de amigos (fotógrafo y reportero), pues en ese tiempo la televisión, la radio ni el cine se fijaban en ellas, sólo los medios impresos”.
Aseguró que los diarios eran el único sitio en el que ellas se podían lucir, “y pues nos dábamos cuenta de que lo único que deseaban era preparar el mejor ‘show’ y llamar la atención del público”.
Reiteró que se trataba de una competencia muy sana; pero que después en los años 70 los productores de cine se fijaron en ellas para filmarlas en el género de ficheras”.
Recordó que así como había vedettes que eran auténticas estrellas, como Olga Breeskin, Lyn May o La Princesa Lea, también había cabarets de diferentes categorías.
“Existían los de ‘rompe y rasga’, las carpas, los teatros de burlesque y los grandes cabarets que se ubicaban en los hoteles importantes de la ciudad, como El Continental, El Regis y El Cadillac, entre otros”, externó.
Dijo que la palabra vedette no describía a una mujer que se desnudara ante el público.
“No, eran verdaderas artistas, bailaban, cantaban, hacían coreografías, se preocupaban por su arreglo, sus vestidos; tenían a los mejores diseñadores, eran multifacéticas, y además, actuaban”, señaló.
Aclaró que aunque algunas de ellas de plano cantaban medio mal, hacían su lucha, bailaban muy bien, y se preocupaban por ser las mejores en su ámbito.
Expresó que, por ejemplo, en el caso de Olga Breeskin, además de tocar el violín y bailar, incluía una pantera en su “show”, algunas otras utilizaban grandes reptiles, como pitones; otras se bañaban en una copa gigante de Champagne, en fin, eran auténticas vedettes”.
Sin embargo, Juan Ponce asegura que a pesar de todo ese glamour en el que se desenvolvían estas bellas mujeres, de día tenían otra vida.
“Brillaban de noche, pero en el día eran solitarias. Trabajaban mucho, se desvelaban, su vida era sólo el cabaret; sus días eran cortos y sus vidas también.
“Había madres solteras, con pocos amigos de verdad, porque las invitaban a comer o almorzar y luego ‘bye’. La realidad en algunas era muy dura, pocas disfrutaban de un ambiente familiar”, explicó con nostalgia.
Añadió que muchas vivían solas y tenían que ayudar a la madre o a los hermanos o los hijos. Porque en la noche se codeaban con famosos, políticos, gente importante que asistía a verlas a los cabarets.
“A muchas las colmaban de regalos, joyas, flores, pero en el día se quedaban solas, esperando volver al escenario”.
Agregó que ese brillo del México nocturno se fue apagando a principios de los años 80 por diferentes circunstancias, el motivo principal fue el terremoto de 1985.
“Antes de que ocurriera, surgió el cine de las ficheras y muchas de ellas saltaron a la fama, pocas, como Lyn May; pero luego todo empezó a cambiar, las épocas acaban y luego del terremoto del 85 muchas cosas cambiaron en la Ciudad de México”.
“Antes que las vedettes estaban las rumberas, pero al final, los cabarets fueron sustituidos por los tabledance, así es esto”, señaló el fotógrafo con marcada añoranza.
De ahí que la muestra fotográfica tenga tanta importancia, pues es un legado que forma parte de la vida nocturna del México de antaño, que la gente podrá apreciar hasta mediados de marzo de 2017, en el Foto Museo Cuatro Caminos.