El complejo deportivo J-Village en la región de Fukushima, en el norte de Japón, fue durante varios años un centro de operaciones de lucha contra las consecuencias de la catástrofe nuclear de 2011. Restablecido recientemente como centro de entrenamiento, se convertirá en un símbolo de esperanza al acoger la llama olímpica el próximo año.
Es en este centro de entrenamiento, construido en 1997 en Naraha, donde el próximo 26 de marzo comenzará el periplo a través del archipiélago de la antorcha de los Juegos Olímpicos de Tokio-2020. “El relevo de la antorcha es una oportunidad de oro para enviar al mundo un mensaje sobre la reconstrucción”, opina Yusuke Takana, de 32 años, uno de sus responsables.
A good news story. J-Village Fukushima, Japan’s first national training centre, was severely affected by the 2011 tsunami, to the degree that a Nadeshiko League founder member (TEPCO Mareeze) had to fully disband. It’s now been fully restored & enhanced. pic.twitter.com/ldjqdGNXF2
— Dave Phillips (@lovefutebol) April 20, 2019
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El complejo también se utilizará para el entrenamiento de las selecciones masculina y femenina japonesas de futbol, y el equipo de rugby argentino prevé entrenarse aquí antes de la Copa del Mundo, que empieza el 20 de septiembre.
Los torneos olímpicos de béisbol y sóftbol, los deportes favoritos de los japoneses, tendrán lugar en otras partes de la amplia prefectura de Fukushima, cuyos habitantes y representantes públicos esperan mejorar su reputación manchada por el peor accidente atómico desde el ocurrido en Chernóbil, en la Unión Sovética, en 1986.
Durante años, miles de trabajadores con trajes especiales antirradiación, máscaras y dosímetros han ido cada día del J-Village a la central Fukushima Daiichi, destrozada por la inmensa ola del tsunami provocado el 11 de marzo de 2011 por un sismo de magnitud 9.0.
Sus campos deportivos, ubicados en el límite del radio de 20 km de la zona prohibida inicial, se utilizaron como helipuertos. Se construyeron una célula de descontaminación y unas viviendas temporales para los obreros, mientras que vehículos blindados y de bomberos estacionaron en sus aparcamientos.
El trabajo titánico de limpieza de la central continúa pero la implicación del J-Village ha disminuido progresivamente, y se volvió a abrir por completo el pasado abril. A principios de agosto, los escolares jugaban con la pelota bajo los gritos de ánimo de sus padres y entrenadores. “El campo es hermoso, realmente vale la pena jugar aquí”, comentaba entusiasmado Ryuki Asai, de 12 años.
Una pantalla digital ofrece el nivel de radiación frente a la puerta de entrada. 0.111 microsieverts por hora, casi el mismo que el de Gifu, en el centro de Japón (0.110). Emiko Takahashi, que vino desde Tokio con su hijo, había verificado la tasa en la página web del J-Village antes de hacer el viaje. “Venir aquí con mi hijo es una manera de apoyar la reconstrucción de la región de Fukushima”, dice la mujer.