La Copa de las Confederaciones arrancará este sábado con un Rusia-Nueva Zelanda en San Petersburgo con la promesa del país anfitrión de que no se repetirán los incidentes que ensombrecieron la pasada Eurocopa de Francia-2016.
A un año de que Rusia organice el Mundial, el país europeo espera que durante la Confederaciones se hable solo de futbol y no del comportamiento de los ‘hooligans’ rusos ni del aumento del racismo en la sociedad rusa.
La Copa de las Confederaciones, del 17 de junio al 2 de julio, se presenta así como una especie de ensayo general de cara al Mundial en lo que se refiere a la organización del torneo, pese a que a la diferencia de equipos participantes entre ambas competencias (8 por 32) y de volumen de aficionados es muy significativa.
“Rusia es un país completamente seguro y estoy convencido de que nuestros aficionados se comportarán”, declaró recientemente el viceprimer ministro Vitaly Mutko a la agencia TASS.
“Todos nosotros, así como aquellos que vienen de visita, debemos respetar la cultura y las tradiciones de Rusia. Nuestro país es seguro y abierto”, añadió Mutko, que también es el presidente de la Federación Rusa de Fútbol.
Pero no solo se teme por la violencia que puedan provocar los radicales rusos, protagonistas de graves incidentes hace un año en Marsella con motivo del encuentro contra Inglaterra y que se saldaron con 19 ingleses hospitalizados.
Tras el atentado perpetrado el pasado 22 de mayo en Manchester, en el que murieron 22 personas que asistieron a un concierto de pop, las medidas de seguridad serán aún mayores en las cuatro sedes de la Confederaciones: Moscú, San Petersburgo, Sochi y Kazán.
Los aficionados que deseen asistir a uno de los partidos del torneo deben registrarse antes para recibir una especie de carnet de identidad que será imprescindible presentarlo con la entrada para acceder a los estadios.
Además de la violencia y el temor a los atentados, preocupa también el alto nivel de racismo existente en la sociedad rusa, como quedó demostrado el pasado mes de mayo, durante el carnaval de Sochi, en el que un grupo quiso homenajear a los países participantes en la Copa de las Confederaciones, pero no se les ocurrió otra cosa que pintarse la cara de negro y llevar plátanos para representar a Camerún.