MONTAÑISMO

La Cumbre nos espera

Tras 12 años de caminar sobre las montañas buscamos por segunda ocasión alcanzar la cima del Iztaccíhuatl, sin embargo, pese a la motivación, entrenamiento y actitud, en ocasiones eso no es suficiente, pues la montaña tiene la última palabra.

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En el año 2005, mi tío Juan Bernal, líder del Grupo de Alta Montaña México, me invitó a sumergirme en el fascinante mundo del montañismo. Con artimañas, me condujo hacia el Iztaccíhuatl bajo la premisa de conocer el "verdadero campismo", desafiando mis expectativas de una simple caminata en el bosque. Aquel día, al señalarme la cima del volcán, quedé sin palabras.

Esta experiencia marcó el inicio del Club Alpino AIRE, creado junto a mis primos Antonio, Isaías, Ernesto, Erick y Esaú. Inspirados por Juan, formamos un grupo excursionista que, con el tiempo, creció al incluir a más amigos y familiares, como mi hermana Marilú. La conexión con el Grupo de Alta Montaña nos brindó la oportunidad de conocer personas extraordinarias, como Darién, Mari Toña, Jorge y Leticia, quienes se han convertido en parte fundamental de la Hermandad Alpina.

Recuerdo con especial emoción el viaje de septiembre de 2008, cuando alcancé los 5 mil 050 metros sobre el nivel del mar. A pesar de no lograr la cumbre debido al agotamiento físico, esta experiencia fortaleció mi determinación. Dos años después, con Darién y Jorge, hice un entrenamiento, llegando a 5 mil metros antes de enfrentar condiciones climáticas adversas, aunque este viaje, aclaro, no fue un intento de cima.


En el Refugio de los Cien a 4890 mts de altura en 2008 / Video: Club Alpino Aire

Esta vez no sería diferente, la adrenalina y la emoción de estar parado de nuevo frente ese majestuoso volcán y con la meta de alcanzar esa cima que hace años se me había negado, además de festejar que se cumplían 12 años de que inicié en el alpinismo, comencé a llamar a quienes formarían parte de esta nueva aventura: Juan Bernal, Darién, Mari Toña y Carolina -la novata de esta expedición y amiga de la universidad-, serían los protagonistas de esta historia.

Este año, celebrando 12 años desde que me inició en el alpinismo, convoqué a Juan Bernal, Darién, Mari Toña y la novata Carolina para una nueva aventura en el Iztaccíhuatl. La emoción de estar nuevamente frente a ese majestuoso volcán y la meta de conquistar la cima me llevaron a organizar esta expedición.

Inicia el reto

La travesía comenzó con Darién y Mari Toña adelantándose para acampar en 'La Joya', el campamento base. Juan, Carolina y yo llegamos a 'La Pluma' alrededor de las 24:30 horas. La combi VW gris del '91 nos ofreció un espectáculo celestial, alejándonos de las luces de la Ciudad de México. Después de compartir historias entre risas y tazas de café, esperamos el amanecer.

 

Con el sol despuntando, iniciamos el ascenso desde el Paso de Cortés, encontrando a cientos de montañistas de distintos estados y algunos extranjeros. El cielo despejado y el viento suave auguraban un día prometedor, pero como siempre, la montaña decidiría nuestro destino.

Una vez registrados, la aventura comenzó. Mi paso era firme, pero a medida que avanzábamos, las nubes se cerraban, la neblina ocultaba a los alpinistas y el ambiente cambiaba. Flores amarillas y rocas volcánicas decoraban el sendero, mientras montañistas en fila ascendían, algunos exhaustos y otros llenos de energía. Antes de llegar al primer portillo a 4 mil 090 metros, noté que Carolina estaba agotada y pensaba en desertar. A pesar de mis palabras de ánimo, logré persuadirla para que continuara un poco más, aunque Juan apenas hablaba y algo no iba bien.

Paso a paso, la respiración se agitaba, y el panorama se volvía más desafiante. Escuché un grito: "¡Ray, regresa! Te daremos comida y víveres. Estás en buen estado". Sin responder, les pedí que continuaran, lidiando con un dilema interno: ¿seguir o no? Seguimos adelante, pero mi tobillo se torció y, al llegar al segundo portillo a 4 mil 300 metros, los dolores de cabeza, espalda y tobillos se hicieron presentes. Mis compañeros, exhaustos, sugirieron el descenso. En ese momento, me cuestioné nuevamente si debía continuar. Carolina aceptó la propuesta de seguir un tramo más.

Video: Montañistas escalando en La Joya, Iztaccíhuatl / Raymundo Rangel

El sueño se desvanece

Antes de llegar al primer portillo a 4 mil 90 metros, volteé y vi a Carolina muy mal, cansada y diciendo que desertaba, pese a las palabras de ánimo y motivación que le daba ella no quería seguir, estaba decidida, no obstante, la convencí de subir un poco más; Juan casi no hablaba, algo estaba mal, el sueño de la cumbre se desvanecía.

Recordé una frase en el Refugio de los 100 en 2008: "Una camarada nunca abandona a otra camarada hasta que ambos concluyan el viaje que iniciaron juntos". Aunque quería seguir, las circunstancias no eran propicias. Mi tío se había quedado atrás, y, mientras avanzábamos, Darién regresó con noticias de mal clima y multitudes. Mari Toña resbaló, reflejando las dificultades que muchos montañistas experimentaban.

Al iniciar el tercer portillo a 4 mil 300 metros, me pregunté qué estaba pasando. Vi la solidaridad de un montañista cuyas pertenencias cayeron al vacío. 

A lo lejos veo que Juan seguía subiendo, su espíritu incansable no le permitió quedar atrás, en ese momento tomó una respiración profunda, veo las nubes bajando, el frío fue aumentando y a eso le sumamos el agotamiento físico de mis dos compañeros, además de la falta de visibilidad y varias caídas mermaron al grupo, decidimos volver, la persona que me acomodó la mochila en un par de ocasiones me dijo: “No pasa nada la montaña sigue aquí, ella espera el mejor momento para ti”.

Comenzamos el descenso un poco decepcionados de no alcanzar la cima esta vez, pero muy satisfechos de saber que habíamos podido estar en esta montaña, la frustración en mí no dejaba de rondar en mi cabeza, saber que me sentía en buen momento para lograr el mejor ascenso en mí carrera como alpinista pero que otros factores ajenos a mí habían intervenido, sin embargo, el ver a mis compañeros junto a mí me hizo recordar la importancia de trabajar en equipo y el valor que cada uno tiene en mi vida.

En el año 2008, estuve a punto de conquistar la cima del Iztaccíhuatl, y la frustración por no lograrlo me embargó con un dolor profundo. Ahora, en 2017, sentí la responsabilidad de acompañar a mi tío Juan Bernal en esta nueva expedición. Aunque muchos sostienen que a veces es necesario ser egoísta para alcanzar metas personales, para mí, la verdadera meta radica en mantener la armonía con el grupo. Persistiremos en nuestros intentos hasta alcanzar la cima; estoy seguro de que algún día llegará. La cumbre nos espera...

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