OPINIÓN LUIS ANTONIO DURÁN

'All Born Screaming': Grita y nace una vez más

Annie desnuda su voz ante un piano inerte frente al tiempo en “Reckless”.

Créditos: EFE.
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Silencio. Un grito. Una luz. Bienvenido a este mundo, a esta vida. ¿No querías? No importa. Grita y llora todo lo que quieras. Demuestra a las manos que te sostienen que estás vivo. ¿Por cuánto tiempo? Quién sabe. ¿Qué hay después? No sé. Aquí está tu cielo y tu infierno. Ambos los haces, ambos te duelen. Sigue llorando, sigue gritando, sigue viviendo, sigue amando.

Anne Clark, mejor conocida como St. Vincent, regresa con su séptimo álbum de estudio “All Born Screaming”, al cual llama su disco “post-plaga”. A través de 10 canciones, todas producidas por ella misma, Annie explora distintos sonidos que explotan y conmueven los sentimientos de su cuerpo, ya sin maquillaje, plástico o pelucas: su yo real.

Annie desnuda su voz ante un piano inerte frente al tiempo en “Reckless”. Lanza suspiros para quedarse sin aliento. El terror de vivir no acecha, es parte de su cuerpo; se arrastra por la piel, como una infección de fuerza. El estruendo industrial son los pasos gigantes de su cuerpo diminuto. Sin miedo, sin aliento, con paso firme hacia el destino. 

St. Vincent ya es su segundo nombre, es parte de ella como la guitarra en sus brazos. Junto a Dave Grohl, en “Broken Man”, dibuja al hombre, al humano, prepotente ante su vida, pero frágil de cáscara. Annie es el hombre que se desmorona frente al espejo: ¿qué miras? Las trizas de su rostro se caen con cada rasguido distorsionado y martillo de bombo. Así es la vida, una constante demolición y reconstrucción a gritos.

La guitarra de Anne brinca como un pulga en “Flea”. Se ha convertido en un parásito come carne de apetito feroz, como cualquiera de nosotros que succiona vida y amor para seguir adelante. Pero nunca son malvadas ni diabólicas, sólo son y somos así: buscamos ese hogar, ese calor, ese cuerpo donde vivir para siempre. Así, la infestación de pulgas concluye durante el corte instrumental de miles de patitas de insecto sobre una piel bañada en sol.

Por un momento vemos las voces internas de Annie en “Big Time Nothing”. Una repite reglas absurdas y otra se burla; guitarras limpias, distorsionadas y sintéticas se pelean por el protagonismo de la cabeza. Luchas sin sentido de ansiedad y depresión: pérdida de tiempo. Nada queda, nada concluye, nada resuelve.

Pero esta vida se sufre menos gracias al amor de quienes gritan con nosotros. En “Sweetest Fruit”, Anne rinde homenaje a su amiga SOPHIE, quien falleció por un mal paso al alcanzar la luna. Los beats y sintes hyperpop de su colega queer brillan en este baile de celebración. Está junto a las demás estrellas que, en su corto viaje por trascender, marcaron a más de una vida.

“Todos nacen gritando” (All Born Screaming). Annie lo repite como un mantra. Uno nace más de una vez en esta vida. Uno nace con cada grito que nos ha dejado sin aliento. Hace casi 20 años, Annie sabía que llamaría así a uno de sus álbumes, pero necesitaba vivir para ser digna de él. Ahora, con 41 años, sabe que, desde el nacimiento, nunca dejamos de gritar. Fue una protesta por llegar a la vida, y de seguir en ella. Sin embargo, también gritamos de amor y placer. Gritamos para aliviar el dolor. Gritamos para liberarnos. Gritamos para nacer más y más veces. Gritamos para saber que seguimos vivos.