OPINIÓN GABY VARGAS

El secreto

Los artistas no conquistarían escenarios ni fama, sin esa fuerza el ser humano no se superaría a sí mismo, no habría conquistado el espacio ni hubiera creado poesía.

Todos lo hemos experimentado alguna vez.
Todos lo hemos experimentado alguna vez.Créditos: Pexels
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Hay un secreto que no sabemos que sabemos. Se manifiesta cuando conectamos con aquello que nos apasiona, nos llena de energía y nos da vida. Como resultado, surge la magia, una que atrae, hipnotiza y es capaz de cambiar el mundo.

Escuché su voz en un video de Instagram y me atrapó. Se trata de uno de esos artistas que magnetizan debido a algo que no es la voz en sí ni la canción, sino la manera en que interpreta. Arqam Al Abri es el nombre de este hombre árabe de turbante y piel oscura, que se reunió con el grupo Music Travel Love para ejecutar la canción Stand by me, en la cual entona una estrofa. Sí, ¡una estrofa! Suficiente para provocar esa sensación inexplicable de querer volver a escucharla una y otra vez.

Observar la interpretación de este hombre me hizo entender que, a veces, para conectarnos con los demás y el universo sólo hay que quitarse del camino, permitir que una fuerza superior tome el mando para que entonces nuestro desempeño se fusione y cree un hechizo que se extiende a través de la voz, las manos y las palabras y llegue así a los corazones para tocar lo infinito.

Todos lo hemos experimentado alguna vez. Traigamos a la mente los momentos en los cuales una emoción auténtica ha reclamado salida y nos hemos quedado sorprendidos de las palabras que, se forman en nuestros labios, pero surgen del alma, como si sólo fuésemos el canal a través del cual una inteligencia superior las transmitiera.

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Ese encantamiento lo he sentido con la voz de Pavarotti, Mercedes Sosa, Juan Gabriel, Armando Manzanero, o bien, al escuchar el violín de André Rieu con el coro en el aria de la ópera Madame Butterfly, así como también el chelo de Yo-yo Ma. De la misma manera, pareciera que ellos únicamente son el medio. Su arte logra transportarnos a otra dimensión y nos acerca al misterio de lo insondable.

Esta magia puede suceder con cualquier tipo de actividad, cuando se realiza con pasión y surge del alma. Lo he sentido en conferencistas, cuyas palabras no son lo importante, sino lo que hay detrás de ellas: una presencia y conexión que traspasa distancias; en artistas plásticos cuya obra nos provoca una conmoción interior al contemplarla en silencio; en maestros cuyas enseñanzas se graban gracias al entusiasmo con el que transmiten su sabiduría; en quien al crear y cultivar la jardinería nos rebela su belleza; en escritores cuyas letras parecieran un bisturí capaz de abrir esos espacios intangibles del alma; en quien baila y sigue el ritmo de la música, movida por el deseo de liberar y expresar una energía por medio del cuerpo, que lo exige sin importar si es visto o no; y, por supuesto, en los grandes oradores que con la suficiente preparación y humildad para quitarse del camino, permiten que la fuerza de lo divino hable por ellos y nos toque.

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Me pregunto, ¿en qué consiste ese aspecto inmaterial que nos traspasa para hacerse presente, en dónde radica, qué propósito tiene, por qué nos toca?, ¿se encuentra siempre a nuestro alcance, está fuera de nosotros?, ¿podríamos compararlo con la musa, con el amor, con Dios?, ¿hay que invocarlo, frecuentarlo o llega por sorpresa?

Lo que sí sé es que sin ese cuerpo sutil las obras de arte no lo serían, los artistas no conquistarían escenarios ni fama, sin esa fuerza el ser humano no se superaría a sí mismo, no habría conquistado el espacio ni hubiera creado poesía.

Quizá al descifrar ese secreto que no sabemos que sabemos, adquiramos la confianza para soltar la armadura del ego y las apariencias, para hacernos a un lado y dejarnos llevar por el intangible que nos habita y es capaz de crear magia.