¡Holaaa, mis amores! ¡Hola, mi vida! Así irrumpía, grande como era, en el salón de belleza donde la vanidad nos hacía coincidir a veces, con una voz fuerte y ronca -nunca altiva- que dejaba claro que no quería pasar desapercibida: se sabía por todo el mundo conocida.
Platicaba de todo con quien fuera, de cualquier tema que surgiera en el ambiente: el último sismo, la inesperada custodia de su nieta, su enorme cicatriz por donde extirparon un tumor de su cabeza. Como si no se guardara nada, como libro abierto, como ejerciendo de excelente comunicadora, que lo era. La imprudente prudencia me impidió preguntarle nunca nada, me limitaba a responder su amable saludo de buenos días, y le decía a mi hija: esa señora es todo un personaje de la televisión.
La recuerdo -igual que todos- por su trayectoria como conductora y periodista, por su merecido posicionamiento como “la dama del buen decir”, pero destilando el disco duro particular, por dos eventos en especial:
Su cobertura del atentado de Luis Donaldo Colosio; en especial, el momento en que Jacobo Zabludovsky -con la osadía de la vieja escuela periodista- la incitaba a buscar (y ganar) la nota, entrando al lugar donde el candidato presidencial se debatía… no, no se debatía: moría. “¡Entra al quirófano, Talina!”, la alentaba Jacobo (más bien le ordenaba), y ella, presionada y con la voz entrecortada le explicaba que era imposible, que había que aguardar afuera. Todo México al pendiente, con urgencia de comprobar la magnitud de la tragedia. Hasta que dio el parte con las palabras que se quedaron grabadas en la memoria colectiva de los mexicanos: “Me informan extraoficialmente que ha muerto el licenciado Colosio.”
Y el segundo: la muerte de su hija: esa mujer contemporánea mía que debutó en Fresas con Crema cantando “Cómo no quererte a ti, si eres a mi medida” y que después se transformó en La pícara soñadora, que pernoctaba clandestinamente en una juguetería -el Sears de Perisur los años ochenta- haciendo pareja con Eduardo Palomo -otro guapo y talentoso que se fue demasiado pronto.
Esa joven mamá que murió de un infarto por el susto que se llevó cuando un empistolado se dirigió hacia su camioneta llena de niñas -su hija y sus amigas-, cuando se dirigía a la felicidad: a celebrar un cumpleaños adolescente en Six Flags.
Talina, con el alma deshecha, sacó fuerzas de bajo las piedras y organizó el funeral en su casa: exhibió a su hija amada, hermosa, inerte, custodiada por flores y velas, cuidando el detalle que caracterizó a Mariana en vida: sus labios carnosos pintados de rojo.
Talina: elegiste la profesión más apasionante, enfrentaste tus batallas con valor, cuidaste tu imagen hasta el final y cuidaste también -aún fuera de agenda- de los demás.
Demostraste que se puede ser diva sin actuar como tal.
En el salón de belleza -y en tantos lugares más-, se te extrañará.
Talina Fernández, descansa en paz.