¿Único, hegemónico o dominante?

De la tinta de Felipe Chao Ebergenyi

Escrito en OPINIÓN el

Los resultados electorales han sido de tal fuerza, magnitud e impacto que ha cimbrado todo el sistema de partidos e inclusive, se puede afirmar, que la mayoría decidió regresar al presidencialismo monocéfalo acompañado de un Congreso de partido dominante, marcado por un federalismo con gobiernos yuxtapuestos. Pero, vamos por partes.

Los sistemas de partidos se dividen en dos categoría; bipartidistas donde entran todos aquellos en los cuales, independientemente del número de partidos, solo dos tienen la legitima expectativa periódicamente satisfecha de gobernar y los sistemas multipartidistas que, según Sartori, pueden ser de limitada fragmentación (multipartidismo limitado y moderado entre tres y cinco partidos), en los que se presenta una competencia centrípeta en la que media cierta distancia ideológica entre los distintos partidos y los sistemas multipartidistas con elevada fragmentación (más de cinco partidos) que presenta un competencia centrífuga con la máxima distancia ideológica.

Para efectos de análisis es común observar que los sistemas de partido se encuentran divididos entre sistema de partido único, en el que existe un solo partido; sistema con partido hegemónico, en el que siempre un solo partido puede vencer en las elecciones pero está permitido a otros partidos adquirir una representación parlamentaria y alguna influencia administrativa y los sistemas con partidos dominantes en los que un solo partido conquista un número de escaños y curules suficientes, para gobernar por sí solo. Una rápida revisión de nuestra historia nos indicaría que hemos transitado del partido casi único, al hegemónico y finalmente al dominante, anulando  el gobierno dividido y fortaleciendo a los como gobiernos yuxtapuestos.

El concepto gobierno dividido se aplica cuando el poder legislativo se encuentra dominado por un partido diferente al del titular del ejecutivo, mientras que el concepto de gobierno yuxtapuesto se utiliza cuando dos o más municipios de cualquier entidad, son gobernados por representantes de un partido diferente al del gobernador. En otras palabras, el concepto de gobierno dividido se dirige más a entender la dispersión del poder entre autoridades centrales, mientras el de gobierno yuxtapuesto responde a un fenómeno del federalismo.

El aparente riesgo tanto de gobierno dividido como yuxtapuesto es, que en el primero de los casos se puede llegar a situaciones de parálisis al ser detenidas las iniciativas de ley que envía el ejecutivo al legislativo, en virtud de que los incentivos selectivos para que los partidos cooperen en un sistema presidencialista son muy pocos. Y en el caso de los yuxtapuestos, presenciar escenarios de ruptura ya que se producen diferenciaciones locales y regionales en la estrategia y conducta de los actores.

Los gobiernos divididos y yuxtapuestos no son más que los mecanismos de pesos y contrapesos que la ciudadanía instrumenta a través de su voto para con ello, obligar a que los poderes tengan que negociar. La experiencia de gobierno dividido y yuxtapuesto en nuestro país, no produjo la tan temida ingobernabilidad. Por el contrario, se obligó a gobiernos y partidos a explicar mejor su conducta, a ofrecer cuentas más claras, a ser más sensibles a la opinión y demanda públicas, al tiempo que se modificó, sustancialmente, la relación centro-estado.

No obstante lo anterior, y ante el fracaso de solucionar dos de los más apremiantes problemas que por décadas hemos sufrido, la mayoría de los electores decidió que es mejor tener un gobierno  de mayoría a nivel central, con gobiernos yuxtapuestos en los estados.

La próxima administración dispondrá de todas las facultades y de legitimidad suficiente para, salvo en muy contadas ocasiones, gobernar por sí sola. Asimismo, dispondrá de un buen número de entidades bajo gobierno yuxtapuesto, con lo que se podrá frenar los ímpetus de los virreyes.

En suma, la nueva administración dispone de la legitimidad, legalidad y fuerza política suficiente para  resolver no solo los problemas de justicia social y jurídica que padecemos, sino para atacar frontal y decididamente lo que se refiere a la seguridad pública y jurídica, que se han convertido en una verdadera amenaza a la seguridad nacional. El narcotráfico, el tráfico de armas, el robo, los miles de asesinatos y la industria del secuestro, son solo las expresiones más visibles del crimen organizado. El verdadero peligro, es que se está gestando un Estado dentro del Estado.

La serpiente, en pleno acto de clarividencia, da un voto de confianza al porvenir.