Enclavados en las majestuosas laderas de la Sierra Madre Oriental, los vestigios del pasado minero de Santa Catarina emergen como testigos silenciosos de un tiempo olvidado. En este rincón remoto, yacen los restos de la mina El Ranchero, una vez bulliciosa con la actividad de los trabajadores y ahora abrazada por la naturaleza.
La travesía para llegar a este sitio histórico implica una caminata de 4 kilómetros cuesta arriba, una ruta que antaño era emprendida diariamente por los trabajadores que buscaban extraer minerales para alimentar las fundiciones de Monterrey. Aunque la entrada de la mina ahora está reclamada por la vegetación circundante, aún se erige como un recordatorio sólido de décadas pasadas.
El entorno de la mina El Ranchero y su aldea fantasma, ubicados en el sector privado de El Jonuco, sirvieron como epicentro de la fiebre minera que floreció en Nuevo León. La Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, una empresa emblemática, nació de la ambición de aprovechar los recursos naturales extraídos de esta región desde el siglo XIX.
La mina, una vez vital para el auge industrial, se sumió en el silencio cuando la compañía que la sostenía llegó a su fin. Sin embargo, en su interior oscuro persisten las huellas de una era dorada: rieles, maderas y cámaras permanecen como vestigios de la intensa actividad minera.
Destacando entre las ruinas, un gigantesco teleférico de acero reforzado se alza cerca de la entrada, recordando los días en que transportaba minerales hacia la base del cerro. Este sistema, ahora testigo del tiempo, es visitado no por trabajadores, sino por la fauna local, incluyendo osos y otros habitantes de la región.
Descendiendo por los senderos que alguna vez recorrieron los mineros, se revela la aldea que servía como hogar para aquellos que laboraban en la mina. Las decenas de estructuras, ahora casi ruinas, narran la historia de una comunidad vibrante que floreció desde finales del siglo XIX hasta la década de los 80.
Las calles del antiguo pueblo, con sus escuelas, plazas y viviendas, cuentan la historia de una vida cotidiana que se desvaneció con el declive de la minería. Hoy, Santa Catarina alberga estas ruinas como un monumento al pasado, donde la naturaleza y la historia convergen en un recordatorio nostálgico de una época que alguna vez fue vital en la región.