Erdogan insiste en la pena de muerte en Turquía

La pena de muerte fue totalmente abolida en 2004, en el marco de un proceso de adhesión a la UE.

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“Lo que George, Hans o Helga puedan decir no nos interesa. Lo que cuenta para nosotros es lo que diga Aysa, Murat, Mehmet o Hatice. ¡Lo que diga Alá!”. Este es el mantra de Recep Tayyip Erdogan para mostrar a la Unión Europea (UE) que no le importa su reacción si restablece la pena de muerte. 

Oponer nombres europeos a nombres turcos para finalmente invocar a Alá se ha convertido en una técnica retórica clásica de Erdogan para rechazar las advertencias europeas contra el restablecimiento de la pena de muerte en Turquía.

Pese a estos avisos, Erdogan muestra desde hace varios meses su determinación a dar el paso, incluso si una medida como ésta podría suponer el final de la demanda de adhesión de Turquía a la Unión Europea.

Algunos expertos creían, sin embargo, que tras el referéndum del 16 de abril para reforzar sus poderes, Erdogan suavizaría el tono sobre esta cuestión y que sobre todo la pena de muerte era para él un argumento destinado a atraer a los electores nacionalistas. 

Pero la misma noche del plebiscito, tras el anuncio de su ajustada victoria, Erdogan demostró lo contrario. Durante un discurso delante de miles de seguidores que gritaban “idam” (“ejecución” en turco), afirmó que se organizaría un referéndum sobre la pena de muerte si el Parlamento no la restablecía.

La pena de muerte fue totalmente abolida en 2004, en el marco de un proceso de adhesión a la UE, dos años después de la llegada al poder del partido de Erdogan, el AKP.

Bruselas afirma que la abolición de la pena de muerte es una de las condiciones esenciales para la adhesión y el Consejo Europeo, del que Turquía es miembro desde 1950, hizo de esta cuestión una obligación para los nuevos miembros.

“No hace falta decir que si queréis restablecer la pena de muerte, no podéis ser miembros del Consejo de Europa”, repitió el jueves su secretario general, Thorbjoern Jagland.

A su llegada al poder en 2003, Erdogan negó sin embargo que recurriría a la pena de muerte pese a las presiones de los nacionalistas.

Éste fue particularmente el caso con Abdulá Ocala, el líder del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), enemigo de Ankara, detenido en 1999 y cuya condena a muerte fue conmutada por la cadena perpetua.

El jefe del partido ultranacionalista MHP, Devlet Bahçeli, blandió en aquel entonces una cuerda durante un mitin para pedir a Erdogan que ejecutara a Ocalan. “¡Aquí está la cuerda! ¡Ahorcadle si podéis!”, gritó arrojando la soga a los allí presentes.

Más de una década después, Erdogan da la bienvenida públicamente a la voluntad de Bahçeli de restablecer la pena capital.

Su ajustada victoria en el referéndum del domingo significa que deberá continuar contando con el apoyo de Bahçeli, que lo respaldó durante la campaña, según Marc Pierini, experto del organismo Carnegie Europe.

“Cuestiones como el restablecimiento de la pena de muerte y la ruptura de las relaciones con la UE son ingredientes clave del discurso político de los dos partidos”, explica Pierini. 

Algunos responsables turcos consideran que la pena capital debe restablecerse con el objetivo de castigar a los presuntos golpistas implicados en el fallido golpe de Estado del 15 de julio de 2016, perpetrado por militares rebeldes.

Pero la cuestión sigue siendo sensible en un país marcado por varios golpes de Estado, y son muchos los que no quieren abrir de nuevo las heridas del pasado.

El ahorcamiento del ex primer ministro Adnan Menderes, junto a dos de sus ministros, después del golpe de Estado de 1960 es a menudo mencionado por Erdogan para criticar esta antigua Turquía en la que el ejército era todopoderoso. 

Otras ejecuciones siguieron a los golpes de Estado militares de 1971 y 1980. La última fue la del militante de izquierda Hidir Aslan, ahorcado el 25 de octubre de 1984.

“Esta nación experimentó en el pasado las graves consecuencias de la pena de muerte, y las reacciones que esto provoca”, dijo a la AFP Faruk Logoglu, ex embajador turco en Washington. “La sociedad debe entrar en razón. La pena de muerte significaría el fin automático de las relaciones con la UE. El precio sería demasiado alto”, opina.

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